Eso
era. Sí. Deseaba verte una vez más. Deseaba disculparme contigo como lo había
hecho en dos oportunidades anteriores, las cuales habían tomado tiempo, pues no
estaba acostumbrada a reconocer una falta, mas no por orgullo, sino porque no
sabía cómo. Deseaba abrazarte de la misma manera que se abraza a un amigo muy
querido. Deseaba conversar contigo de nuevo sobre el ser humano, sobre la Vida
y la Muerte. Deseaba preguntarte cómo estabas y qué había sucedido en mi
ausencia. Pero todos mis deseos se esfumaron cuando recordé tu actitud infame e
innoble, tu traición, tu cobardía y tus mentiras. Mírame una vez más a los ojos
y atrévete a decirme que lo hiciste por mi bien. ¡Vamos! ¿Qué esperas para
engañarme? Dime que creías que me estabas haciendo un favor. ¡Bah! No te creo
nada. Te miré a los ojos para poder descifrar cuáles eran tus verdaderas
intenciones, pero las ocultaste muy bien. Jamás te creí capaz de caer tan bajo.
¡Qué error cometí contigo! Sí. Aún deseo verte una vez más, pero para
reclamarte todo el daño que me has causado, para confesarte cómo el cariño y el
aprecio que sentía por ti desaparecieron, para preguntarte cuál fue la
verdadera razón de tu traición, por más que ya la conozca.
P. A. Zumaeta