Duele el corazón al comprender que el tiempo, supuestamente invertido, ha resultado ser en vano malgastado y derrochado; al escuchar el silencio infinito de la noche solitaria y oscura; al sentir la ráfaga sobre la piel marchita por los años transcurridos; al observar lo vacía y lúgubre que puede llegar a ser la vid7a.
Confieso ante todos mis verdugos haber ingresado en un estado de trance. He empezado a huir de mi propia vida. Mi estabilidad emocional se ha visto afectada por tu ausencia. Estoy sufriendo los peores infortunios. Camino por los pasadizos con las manos en los bolsillos, con la cabeza gacha por la tragedia.
El problema es evidente: tú y yo somos seres demasiado frágiles que desean vivir en un pasado que ya murió. Nos consume la interrogante de qué es lo que hubiese sucedido si es que hubiésemos seguido amándonos. Ambos buscamos modificar nuestros caminos para volvernos a encontrar, pero no nos damos cuenta de que eso no depende de nosotros. Somos un par de tontos queriendo burlarnos del sino. Tenemos toda una senda aún por recorrer, pero deseamos con todo nuestro ser volver a recorrer nuestro camino. Somos tan estúpidos que no podemos comprender que lo único que logramos es lastimarnos. Intentamos hablar como aquellas noches en las que la Luna era la única testigo de ese amor que encendía la habitación cuando me entregaba a ti, y que, en algún momento, calificamos como infinito, pero ahora nos tratamos con indiferencia, pues ninguno de los dos quiere mostrarse débil ante el otro. Nos miramos a los ojos y disimulamos odio, pero nos seguimos amando como antes. Yo lo sé, pues es ese sentimiento lo que aviva mi corazón y me permite continuar con esta puta vida. Hemos olvidado cuáles son los colores; todo parece estar blanco y negro. Todo lo que hago me resulta tedioso si no estás a mi lado. Todo lo que haces te resulta ridículo si no estoy a tu lado. Nos amamos, mas tememos a fracasar de nuevo. Es momento de arrancarnos de nuestras almas ese sentimiento estúpido. Pero si no lo logramos, no te amedrentes, pronto se irá: el amor no dura toda una vida.
—Adiós, Ricardo—te digo, mientras observo tus ojos llorosos—.Nuestro amor no pudo ser, pero no porque te haya dejado de amar, sino porque es prohibido.
—Adiós, Miguel—me respondes, mientras me besas por última vez con tus labios que siempre están helados y te terminas el último cigarrillo de la cajetilla.
P. A. Zumaeta